Curar el inconsciente
Las preguntas que me pongo sobre este asunto son: ¿el inconsciente debe ser curado? y si es así, ¿el inconsciente se puede curar? Además: ¿Cómo curar el inconsciente con psicoanálisis?
En su obra (A. Ferro y L. Nicoli, Pensamientos de un psicoanalista irreverente Espacio Gradiva, Lima 2018) Ferro declara: “Considero que el elemento curativo es la co-construcción, realizada por el paciente y el analista, de elementos que solían ser infranqueables, intransitivos o inexpresables: hay cura cuando junto con el paciente podemos entrelazar estos elementos en una narrativa compartida.”(pág135) Entonces hay cura si el inconsciente se pone consciente y se envuelva en materia narrada y controvertida en la pareja del análisis, entre el paciente y el galeno. Por tanto la cura no está al final de la tarea analítica, cuando el proceso se acabó, sino durante el mismo momento del tratamiento. No es como en la medicina general, cuando tras el diagnóstico de un médico, después de haberse realizado diversas pruebas para evidenciar el problema de salud, se han encontrado los medicamentos adecuados. ¡No, no hay diagnóstico en psicoanálisis, el inconsciente toma su recorrido, adquiere forma expresiva y todo un mundo interior, que aprieta, se revela! Esta revelación representa el momento mágico de la terapia analítica. La llave para ganar el éxito está en la capacidad de la pareja analítica de no entrar en competición, el analista no juzga jamás ni el contenido de la conversación, ni las ideas que se enfrentan. El paciente se percibe libre y autorizado tratar cualquier tema. La realidad es una sorpresa porque es una nueva construcción a través palabras sustentadas por la imaginación de los dos protagonistas. Todo está permitido. Es un viaje abstracto que da aliento y tregua.
Si eso aquí descrito no ocurre, entonces hay un cortocircuito y el análisis malgasta su función, no sale de la aprieto y todo se vuelve más complicado.
En mi novela Un lugar en el caos (ExLibric, 2024) la pareja, que desarrolla un psicoanálisis doméstico, hasta que los dos interpretan en maniera perfecta los roles de paciente y analista, jugando sobre todo en torno a los aspectos más escabrosos del inconsciente, con el paciente que paulatinamente saca el indecible de su vida íntima y el galeno que solicita una representación narrativa intrigante, la cosa funciona y egregiamente. Sin embargo, cuando la psicoanalista empieza a juzgar a su esposo, que es el paciente, el proceso analítico explota, porque el paciente asume el perfil de enfermo, como en la medicina tradicional, muestra un trastorno mental y no hay más condescendencia para una narración común en la pareja. El analista critica la actitud poco realista del paciente hacia la vejez y sus consecuencias. Observa la mujer psicoanalista: “La vejez la puedes ignorar, puedes fingir que no te atañe, pero ella se apodera de tu cuerpo y tú no tienes ninguna escapatoria.” (pág.115) Por eso el analista, en lugar de ponerse al mismo nivel que el paciente y desarrollar con él ese camino de gestión alternativa de la vejez, quiere curar un sentimiento juzgado irreal. La mujer declara: “Está bien que la psicoanalista enfrente al paciente y tenga una pelea, es útil para el análisis, porque quiero bajarte a la tierra y hacerte aceptar la realidad. La vida no puede consistir solo en hacer lo que quieres.” (pág. 117) He aquí un ejemplo de cómo el psicoanálisis no deba comportarse en la ilusión de curar al paciente; aquí el baño de realismo tenía que consistir en que el analista aceptara el reto irreal abstracto e imaginario de vivir de otra manera la edad mayor y construir juntos, paciente y analista, una narración nueva y original. La cura no está en quitar la manía que está en la raíz del problema, sino en quitar el trastorno mental que la misma produce por ser juzgada irreal. Entonces curar el inconsciente es curar lo que él provoca por su valoración negativa. Es un curar que no quita el problema sino crea una disposición de ánimo más favorable para entrar en psique y sacar lo que puede dañar el equilibrio psíquico de una persona. Porque lo que atañe al inconsciente es algo indecible, irracional, censurable, a menudo irreal y muy instintivo, no es pensable oponerse con palabras y oraciones de sentido común. El inconsciente no puede ser juzgado inmoral, grosero y brutal.
El protagonista narrador de la novela Un lugar en el caos así describe el mundo de su inconsciente. “En verdad, con esos acontecimientos sexuales de mi infancia empieza un proceso según el cual se crean dos mundos separados: uno privado, íntimo, personal, lleno de fantasía y posibilidades, un mundo hecho de imaginación que está en el cerebro, y uno oficial, público, vinculado a las reglas sociales, a las buenas costumbres, a la decencia, a la apariencia correcta educada. Los dos mundos no se relacionan, existe cada uno por su cuenta, y yo enseguida aprendí a convivir con los dos.” (pág. 30) Sin embargo es este mundo instintivo que el protagonista de la novela quiere sacar a la luz. El mundo prohibido, oculto, lleno de vergüenza, que hasta ahora se ha quedado siempre cerrado en el cerebro y ha nutrido la psique. Un mundo que persiste lejos del juicio público, lejos de las miradas indiscretas de las personas, por tanto aislado y lleno de sombras. Llega el momento que se desea compartir lo que no es fácil comunicar. Pero ¿con quién? ¿Con un analista, porque por su profesión te escucha, y porque por su profesión no te juzga, como un cura en el confesional, para los católicos? Para el cura el mundo del inconsciente está valorado, para el analista cualquier cosa sale a la luz del mundo prohibido es un nuevo asunto de interacción y de representación de una nueva realidad. Y es esto lo que quiere el protagonista a su esposa cuando le pide de jugar al psicoanálisis. Es el momento en que él pueda hablar de su mundo oculto, que parte del descubrimiento del sexo y del placer a todos los aspectos de su personalidad, los que no se cogen exteriormente. No está pidiendo a su mujer, que tome la mascara de psicoanalista, para sanar lo que hay de irracional en su mundo oculto, sino de hacer consigo un viaje por su psique y juntos entregar palabras al indecible, mejor dar dignidad a lo que está desconocido por el común sentido de la gente.
John Gray en su obra Perros de paja (Sexto Piso 2023) escribe: “La mayor parte de lo que percibimos del mundo no procede de la observación consciente, sino de un proceso continuo de exploración inconsciente.” Entonces el inconsciente no es una presencia molesta de nuestra personalidad, sino parte integrante de nuestra vida que no debe ser negada. Dar espacio al mundo íntimo permite comprender lo que nuestra racionalidad impide. Tenemos que nos volvamos al inconsciente no para sanar, sino para sacar a la luz su contenido, también el más feo, aburrido. Esta nueva realidad que toma su perfil en el diálogo entre paciente y galeno sin censura y sombras, incluso la presencia de contradicción, de ideas extremas, de comportamiento irregular, fuera de reglas y de buena convivencia, es un callejón con salida para que la imaginación presente en el mundo oculto nos ayude con referencia al otro mundo, el real, asfixiante, que a menudo nos trae hipocresía y verdadero sufrimiento psíquico.
El psicoanálisis como ciencia y profesión se fundamenta sobre una necesidad humana de compartir con alguien el proprio mundo interior, aquel inconsciente que aprieta y quiere visibilidad. Hablar de uno mismo con la palabra como herramienta con un interlocutor, que sabe interactuar, crea bienestar y confianza en sí mismo, buena terapia sobre el malestar psicológico.
Sin embargo el inconsciente jamás podría totalmente ser sacado a la luz. No podría jamás convertirse totalmente en conciencia, sino no seríamos más humanos, es decir seríamos máquinas sin sensibilidad. El inconsciente es algo útil para nuestra psique, es la estructura básica de nuestra personalidad. Además el inconsciente es la caja negra del nuestro vivir. Allí hay las informaciones del ser, las que necesitamos ante situaciones nuevas. Nuestra personalidad no es un solo yo, sino muchos yo, y lo que los une es el inconsciente.
“Quiero saber, según tu opinión, ¿Cuándo podríamos decir que las sesiones han terminado?” pregunta la mujer psicoanalista en la novela Un lugar en el caos. “Cuando los nudos de la psique, o, mejor, los más importantes hayan sido desatado”, es la respuesta del protagonista paciente, que añade más adelante: “Creo que el nudo se suelta cuando estoy en condiciones de hablar sin angustia.”(pág. 127)